diumenge, 22 d’agost del 2010

01.Café

Paso y tomo asiento.
Mi “escolta”, un cuarentón entradito en carnes, cuyo ralo pelo engominado se esfuerza en cubrir una calva más que incipiente, me pregunta si quiero tomar algo mientras espero; no me apetece nada, pero me da la impresión que no se largará a menos que le pida algo –Un café, gracias-. Preferiría un tequila, o un wiskey, o la jeringuilla más grande del planeta… pero puede que no sean ni el lugar ni el momento apropiados, de modo que no queda más que conformarse con una nimia dosis de cafeína.

Espero solo por lo que me parece una eternidad, ¿se ha largado a recolectar los granos a Colombia, o qué? Empiezo a temer que pueda ser eso.

Oigo el sonido de la puerta abriéndose a mi espalda, y las raquíticas patas de mi silla de Ikea chirrían en agonía cuando volteo para recibir ese café tardón… pero no es mi camarero quien entra en la sala, en su lugar hay otro tío, más joven y de mirada severa, que la escolta a ella.
Todos murmuramos algo parecido a un saludo, y ella toma asiento frente a mí; las espalda adherida al respaldo de la silla, los brazos cruzados sobre la mesa, conjurando una barrera invisible.

Pasan un par de minutos que parecen horas, el silencio se hace tan denso que puedo escuchar las manecillas ejecutando un segundo tras otro en el reloj de pulsera del agente, parado de pie junto a la puerta. Tengo la boca seca, tanto que no creo que me saliera la voz incluso si se me ocurriera algo que decir.
La miro, sólo un momento, antes de volver a fijar la vista en mis manos, y ella hace otro tanto poniéndose roja hasta las orejas. Está tan guapa… se parece mucho a mamá, aunque su pelo es más corto y lacio, y sus ojos verdes muestran una expresión dura que a ella nunca le vi.

Vuelve a abrirse la puerta y es como si se abriera el cielo en su lugar, seriamente: empezaba a temer que ese silencio se nos tragara a todos… Un par de manos con dedos como bratwurst arrojan, más que dejan, una taza de café humeante frente a mí y una lata de Coca-cola frente a una no muy convencida rubia. Ambos nos agarramos a nuestras bebidas con ambas manos como si se tratara de un salvavidas y tomamos el primer trago dirigiéndonos una mirada de soslayo; el café está horrible: tan asquerosamente amargo como de costumbre.
-La verdad, es que nunca me ha gustado mucho el café…- dejo la taza sobre la mesa encogiéndome de hombros.
La lata hace un ruido sordo sobre la mesa de contrachapado - …la verdad, es que a mí tampoco me gusta la Coca-cola.- Nos miramos, fijamente, ¿echará ella de menos el verde de mis ojos?; me pregunto si quedará algo en nosotros que nos una más allá del ADN. Fuerzo una sonrisa,
-Ha pasado mucho tiempo, hermana.-

Cap comentari:

Publica un comentari a l'entrada