dimarts, 28 de setembre del 2010

17. Sueño

“Cris, cras”, se quejan los cristales bajo mis pies al irrumpir en el cuarto; mi atropellada entrada precedida por el chirrido agudo de éstos al arañar las baldosas arrastrándose bajo la puerta.
El hedor a alcohol es como una bofetada que me aturde durante un instante, abrasando mis fosas nasales hasta instalarse en el cajón más remoto de mi cerebro: guarda hueco para lo que está por llegar. Tambaleándome en el suelo encharcado con pies demasiado torpes alcanzo el centro de la estancia y me pierdo en ese agua magníficamente roja que rebosa el borde de la tina, formando una ciénaga a su alrededor.
Caigo de rodillas y mi sangre se mezcla con la suya al probar el filo de cien dientes en la carne tierna de mis piernas infantiles, un sonido horrendo me taladra los oídos mientras me arrastro a trompicones hasta ella y la bañera me parece poco menos que un océano cuando tiro de su peso muerto hasta sacarla del agua. Me arde la garganta y entre toses estentóreas me sorprendo al darme cuenta de que sigo gritando, aunque no soy consciente del momento en que empecé a hacerlo.
Le sacudo los hombros, le golpeo la cara -Mamma!- sus ojos verdes miran hacia ningún lado, parecen más claros que nunca -MAMMA!!- su muñeca sangra, presiono el corte con ambas manos, lo escondo y miro hacia otro lado; la sangre me asusta y la veo en todos lados: en el suelo, en mi ropa, en mis manos; está en mis ojos, grabada a fuego, y me aterroriza la certeza de que no va a marcharse. Lloro sin lágrimas, el grito en mis entrañas se reduce a un gemido ahogado.
Cierro los ojos y sierro los dientes, sé lo que tengo que hacer, sé que debo dejarla y correr hasta el teléfono, ¿cuál era el número de emergencias?, intento levantarme, pero no puedo; abro los ojos y la veo frente a mí: mortalmente fría y quieta, mis dedos se curvan como garras sobre su piel macilenta. Sé lo que debo hacer, pero no lo hago.

Sé lo que debería haber hecho, y no hice. Yo tenía diez años, ella murió allí, abandonada a la dulzura de la embriaguez y las sales de baño; yo también morí o, de no ser así, quise haberlo hecho.

Y el recuerdo de su mirada llena de nada permanece cuando abro los ojos tras otro sueño inquieto, y me acompaña mientras me levanto atropelladamente del sofá y vomito en el fregadero. Dejo correr el agua y me dejo caer hasta el suelo con la cabeza entre las rodillas, acompaso mi respiración y escucho en la oscuridad relativa de la sala de estar: la lluvia que arrecia fuera, el tic-tac del reloj, la respiración plácidamente acompasada en la habitación contigua. Suspiro y sé que no podré volver a dormirme.
Froto los ojos cansados con dedos mucho más cansados, paso una mano temblorosa por mi pelo y la dejo reposar sobre la nuca huesuda; podría contar mis vértebras con facilidad con sólo pasar los dedos sobre ellas… Sé que no podré volver a dormir,
Nunca más.

Cap comentari:

Publica un comentari a l'entrada